Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100324
Legislatura: 1893
Sesión: 20 de Junio de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 152, 2964
Tema: Juegos prohibidos

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Sanz): La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si no hubiera insistido el Sr. Conde de Esteban Collantes en una apreciación del Sr. Obispo de Salamanca que creía yo bastante refutada con mi interrupción, no me levantaría de nuevo a molestar por cuarta o quinta vez la atención del Senado. Ha supuesto el Sr. Obispo de Salamanca que yo había venido aquí a contar cuentos; no. Tratándose de contestar a ilustres Prelados, no me hubiera yo tomado esa libertad nunca, pero además el asunto tampoco era a propósito para referir cuentos. Lo que he dicho, son hechos para demostrar la dificultad que hay para extirpar el juego. Nadie ignora en Madrid que en aquella época se jugó en los campanarios y en el ferrocarril, pues había personas que no hacían más que ir y venir de Madrid a Aranjuez, para jugar en los trenes.

Y no hay nadie que ya ignore, como yo ignoraba en aquella época porque era la primera vez que veía de cerca un presidio, que hay en estos establecimientos lo que se llama el juego del piojo, que se persiguió a mi instancia de una manera terrible, y aun así no se pudo extirpar, porque yo quería que el presidiario que ganaba con su trabajo la gratificación no la perdiera en el juego, y se persiguió en tales términos, que luego, viendo que no podían jugar al piojo, jugaban a la ida y venida al trabajo, haciendo una porción de combinaciones sobre si eran pares o nones los que iban a encontrar por el camino, y en fin, discurrían otra porción de cosas imposibles de evitar.

Conste, pues, que no he referido cuentos, que he narrado hechos, y aun pidiendo permiso al Senado porque uno de ellos no me parecía bastante delicado para la Cámara, y los Sres. Senadores me excitaron a que lo contara, únicamente para demostrar que el vicio del juego no puede extirparse, porque es de todas las sociedades y de todos los tiempos.

Por lo demás, créame, repito, el Sr. Obispo, que no eran cuentos, y que si la cosa hubiera sido a propósito y no se hubiera tratado de contestar a S. S. y al Sr. Obispo de la Habana, los tengo mejores que los que he referido. (Risas)



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